A medida que crecemos tendemos a ir perdiendo formas simples e intuitivas de interactuar con el entorno. Compartir nuestra vida con un animal puede ser una oportunidad de recuperar lo más instintivo que nos habita y conectar con nuestro costado más animal.
Cuando convivimos con animales de compañía, les enseñamos rutinas instalando en sus conductas hábitos que facilitan la convivencia. Celebramos los logros cuando aprenden y se habitúan a lo que esperamos. Así vamos construyendo una diaria “domesticadora”, fundamental para poder compartir la vida cotidiana.
Sin embargo, a veces buscando en ellos esos logros nos perdemos de observar a nuestros animales en sus manifestaciones más espontáneas y naturales.
Ver como interactúa con otros animales, como descubre objetos nuevos, que cosas lo entusiasman, como juega, se acicala, cuida sus heridas, qué cosas le llaman la atención, cómo identifica el peligro, que le da confianza…
Si nos tomamos el tiempo y prestamos atención plena a nuestros compañeros sin intervenir, iremos descubriendo en los detalles rasgos propios de su naturaleza más instintiva y que escapan (por suerte) a lo aprendido de nosotros, detectando lo más propio de su naturaleza.
Observar con tiempo su comportamiento nos acerca a él desde otra mirada y nos enseña formas diferentes de habitar la realidad.
Aprendamos de ellos
La naturaleza no hace nada sin un propósito y nos enseña en la economía de sus formas a desarrollar otras maneras de interactuar con la realidad. En tiempos de incertidumbres, desafíos y ansiedades, nada mejor que eso para volver a la sabiduría de lo más simple del aquí y ahora de la mano de nuestros animales.
Lic. Delia Madero
Psicóloga
MN 41798